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domingo, 29 de agosto de 2010

Calma Pueblo

“En todo templo, el silencio se rompe continuamente, el verdadero trabajo del monje es darse cuenta qué sonido debe ser atendido”.

De casi todas las generaciones, de casi todos los lugares y hemisferios, desde casi todos los ritmos y estilos, alguna voz tomó los estandartes y recordó que era importante que la música dijera cosas importantes.
La generación mas consecuente en este sentido, fue tal vez la hippie, pero tras un movimiento que poco a poco se apagó, convirtiéndose progresivamente en la génesis de su antípoda, grande silencios se hicieron en las discotecas y los sábados febriles de los setentas.
La inconformidad, latente en todo momento y a veces manifiesta, se hizo mas fuerte y pronto se desempolvaron temáticas de libertad y justicia. La música hacía la lucha contra el poder ilegal de las dictaduras militares de este lado del planeta. Los nombro tal vez sin tomar en cuenta los incansables cantos africanos que tal vez no han dejado nunca de sonar hasta ahora desde que nacieron en aquel lejano continente, que serían un mejor ejemplo sin duda.
Otras décadas y generaciones estuvieron marcadas por la apatía, el mundo avanzó muy rápido, la tecnología daba enormes zancadas, no quedaba nada que hacer. Tal vez creyeron que debían esperar, se pusieron las camisas a cuadros y decidieron simplemente revolcarse en su propia miseria, en la irracionalidad de la vida, en el desorden del mundo, en el asco que producen todas las sociedades humanas.
No digamos que todo el mundo calló al unísono. Eso intentamos desmentir con estas líneas. Siempre hubo alguien diciendo algo, luchando con la sordera colectiva tal vez sin lograr elevar la voz lo suficientemente alto.
Cuando al iniciar los noventas una banda norteamericana se declaraba abiertamente opositora al capitalismo y la globalización muchos dormidos despertaron ante el rap metal nacido de esta “ira en contra de la máquina”.
Del otro hemisferio cantaban ya nuevos músicos, despertaba cada vez más interés lo visual que lo melódico y la música basura ganaba espacio sobre aquellos, aun vigentes, sobrevivientes líricos y poéticos de otra época.
Las caras bonitas se sobrepusieron a los bien interpretados pianos, los cortes de cabello “varoniles” y los cuerpos bronceados hicieron en pocos años lo que no había pasado en décadas, dejaron obsoletas las melenas y los contenidos políticos, existenciales y filosóficos de la música latinoamericana.
Mucho de esto lo vertimos tomando en cuenta la venta de discos, la aparición de grandes figuras latinas en la música mundial, la fiebre del latin lover reloaded, con mujeres de caderas contorneadas, hijos de antiguos artistas consagrados y pseudointelectuales que pronto se vendieron al mercado para terminar como lobas en jaula.
Pero, como venimos diciendo desde el principio, siempre hubo y hay gente en el mundo de la música que no renuncia a seguir diciendo cosas verdaderamente importantes. Eso también les aumenta la popularidad – dirán algunos – y tienen razón, pero eso no evita que en verdad dejen en el aire todo eso que dijeron.
Sumatoria de vectores nos llevan a romper ciertos límites, la misma sordera colectiva que a veces nos provoca el ritmo al que se mueven las sociedades actuales y su consiguiente habilidad de consumo particular, se quiebra ante la formación de constelaciones tan sorprendentes como la que nos lleva a compartir estas letras.

Se trata de una canción en particular que circula la internet, interpretada por The Mars Volta y Calle 13. La primera, una banda fusión norteamericana y la segunda un grupo a menudo catalogado como parte del movimiento del reggeton de Puerto Rico.
El “Calma Pueblo” atravesó ciertas denuncias cotidianas propias ya de Residente y Visitante y se empapó del poder de la música interpretada por la banda de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala para regalarnos un material lírico musical de calidad y contenido destacables.

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