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domingo, 10 de abril de 2011

Estimado público

Y nadie sabe por qué un día el amor nace,
ni sabe nadie por qué muere el amor un día
(Jorge Drexler)

Poco importa ahora si suena a esnobismo pero a veces pareciera haber razón en eso de que “el teatro no es para todos”. Esta habilidad, esencial y no requirente de diplomas, de diferenciar una obra teatral de un partido de futbol es algo por lo que aun es necesario luchar en los establecimientos educativos.
Pese a ese desplante injusto, fuimos partícipes de una propuesta de estética minimalista que nos envolvió dentro de las insaciables fauces del amor.
Yovinca Arredondo – la directora – nos pregunta: “¿Quién no se vuelve cursilón cuando se enamora?” en una propuesta cuyo elemento cardinal es la maravillosa estética simétrica, de corte vertical, a veces especular y de peligroso blanco.
La circularidad de vinilo es conseguida por un hilo conductor que se aferra a una carta desgajada de la experiencia personal de esa novel dramaturga que compartió con el público este primer trabajo suyo.
Los actores Cecilie Montalván y Guillermo Sicodowska, transitan el escenario, solos y separados tanto por la historia misma de la obra como por la propuesta que tal vez no les permite tener suficientes encuentros explosivos en escena. Sin embargo, fue notoria la altura de su trabajo por la técnica vocal que se impuso a la irreverencia del público y los cambios energéticos propuestos principalmente por Montalván.
Volver a preguntarse si el amor no es otra cosa que fe, y recordar esa sensación de llegar a amar más allá de lo que uno creía posible, nunca está demás y nos deja la posibilidad de esperar que esta obra – con poco más que una docena de presentaciones – evolucione limando asperezas, arriesgándose a llegar a otros límites y ganando ritmo para conseguir la potencia real de su influencia vivencial.
Bastaban los pocos elementos escénicos para tener más dinamismo, más acción y más interacción; para poner en conflicto real a los actores y para ofrecerles mayores posibilidades de brillar. La armonía escénica los devoraba y tal vez pudieron crear ellos el desequilibrio con mayor intensidad.
Justo esta composición holista, se necesita mayor claridad de acciones, con principio y fin marcados al punto de la artificialidad. Estéticas así, deben cubrir detalles de iluminación con precisión milimétrica (imposibles, en este caso, por las limitaciones técnica propias del escenario) y permitirse exprimir hasta la última posibilidad con todos los elementos a mano en escena.
“Septiembre” habla de distancia, pérdida, desconsuelo, impotencia y todo eso que acompaña a las relaciones de pareja siempre tan complejas. Busca sus cimientos en la raíz misma de lo vivencial y nos deja a la expectativa del perfeccionamiento.

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