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domingo, 10 de abril de 2011

Plástica

El fulgor de Dal Pero y la fantástica solidez de Ardaya nos llevaron, de la mano de Christian Mercado, al infinito subjetivo de las lecturas posibles de la obra “Bonitas”.
Ese infinito, plasmado hábilmente en el fantástico final de obra, es posible sólo gracias a la franqueza de un texto cuyo discurso se pasea por las tinieblas humanas, sin temor ni duda, dentro de la propuesta que encuentra su enorme poder en la sumatoria de signos, símbolos y significantes que llegan a crear una amalgama totalmente sólida.
Nos encontramos con la magia numerológica del par complementario del teatro, jugando a la regla de tres.
Así, María Teresa Dal Pero y Soledad Ardaya, deslumbran aun dentro de sus envolturas plásticas. Juegan, gozan, “se pierden”, suenan y resuenan en un universo desechable que no entiende de qué lado de la ventana está (si observando o siendo observado).
Las metáforas interminables, se desprenden en la propuesta como tentadores frutos al alcance del público, en una euritmia continuada sin más intermitencia que los silencios exitosamente conseguidos en momentos importantes.
Como dijimos, la infinidad de lecturas posibles, pregunta más que responder y nos deja flotando en círculos alrededor de los conflictos internos y externos de las “bonitas” que no terminan de comprender qué más hay que darle a algo para que finalmente se enuncie a sí mismo.
El espacio – íntimo pero incómodo (por lo físico y no por lo propuesto) – fue utilizado con habilidad y hasta vestido con destreza para permitirle tener su propia presencia inequívoca dentro de este discurso “románticamente plástico” al que sólo en un par de momentos mínimos le faltó acción.
La espiral nos sigue repitiendo que es más difícil no pertenecer, que hacerlo, mientras cada espectador regresa a su casa interpelado, interrogado pero satisfecho.

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