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miércoles, 13 de abril de 2011

Sensaciones de impotencia

Lastimosamente, les toca a los señores de la compañía “Textos que migran”, recibir una queja formal sobre la transgresión de un principio técnico básico a cerca de uno de los principales elementos del actor, dirigida no sólo a ellos sino extensible a varias otras agrupaciones y elencos nacionales: La voz. Problema que también podría responder, en este caso, a la especial acústica del espacio.
Más allá de esta penosa necesidad de encarar esta falta, identificable en varios de los trabajos nacionales presentados en el festival, como inicio reflexivo a este texto crítico, debemos aceptar y recalcar la profundidad y sensibilidad inmersas en el discurso que sirve de motor al excelente trabajo “mis muy privados festivales mesiánicos”, virtudes opacadas por un público irreverente y desconsiderado que pareciera no ser capaz de mantener su atención en temáticas profundas, como víctimas de un mundo superfluo y baladí que no les deja aspirar a otros niveles cognitivos.
Hablar de esta propuesta, dirigida por Percy Jiménez, es hablar de la calidad de sus actores, su dinámica e interacción cambiantes y los significantes encadenados que la detonan constantemente en una rítmica que devela las decepciones que se suman en la vida de cualquier ser humano.
En este caso, una trabajadora social, es sólo un ícono del servicio público, del tedioso trabajo de oficina, de la caída de los proyectos de vida, de la ruptura del equilibrio y la sumatoria de fracasos y desengaños que ponen en evidencia la fragilidad de las “buenas intenciones” en cualquier oficio o labor.
Desenvolviéndose en un escenario que les permite verse como colosos inescrutables – al entrar en escena – los personajes se van haciendo pequeños al verse sacudidos por lo externo y lo interno de sus propias cavilaciones, excelentemente desnudadas a través de la acción de sus voces interiores, propuestas en escena como un personaje más, un ser de carácter omnipresente, medular y fulminante.
Soledad Ardaya, Mario Aguirre, Miguelángel Estellano y Pedro Grosman comparten un espacio, rico en profundidad y niveles, donde descargan, paso a paso y tiempo a tiempo, los conflictos y las interrelaciones que acaban por explotarle al espectador en la cara poco antes de que consiga advertir ese peligro.
Es una propuesta dramática recia, universal y del día a día; accesible, muy bien lograda, con un uso excelente de todos los grupos de signos que componen el lenguaje teatral que permitieron aprovechar al máximo el excelente texto de Felicia Zeller.

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