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sábado, 6 de agosto de 2011

Asumir el riesgo

Se pierde soga y cabrito en este eterno síndrome de indecisiones y posturas desacertadas. El temor de que la manzana se acabe nos aleja de disfrutar la primera mordida, y las siguientes pero aunque el sentido común diga lo contrario, la libertad en todo caso no se pierde sino que se empeña o se perfecciona cuando se busca juntar senderos con alguno de nuestros congéneres.
Pero uno no se da por enterado hasta después que empieza a sentir las ausencias autoprovocadas como consecuencia de esta eterna desconfianza que tenemos de ser merecedores de la felicidad.
Hay como una especie de confusión de mensajes, certidumbres y corazonadas; mientras algo dentro nuestro nos asegura estar cometiendo el mayor error de nuestra vida otro pedazo de nosotros nos asegura equivocadamente que todo permanecerá inmóvil si se sabe esperar los momentos adecuados. Pero luego el mundo se transforma, nosotros sufrimos nuestras incontables metamorfósis y en poco tiempo los momentos se hacen cada vez menos precisos. Porque en realidad, el momento indicado es aquel en el que se asume una decisión, aquel en el que despojados de temor o falsas aspiraciones nos sabemos brindar al peligro de vivir y seguir avanzando pese al riesgo de romper nuestros falsos paraísos por la promesa del conocimiento y el pecado de no estar conformes con la liviandad de la vida.
Y pese a que el dolor puede ser al final la única retribución, el sendero recorrido y los pequeños placeres no tienen valoración posible y se vuelven eternos bienes mnémicos que giran en el infinito universo de lo que hace que el existir valga la pena.

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