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jueves, 19 de abril de 2012

Contrapeso

¿Quién determina lo justo?, ¿lo correcto?.
Cada persona tiene insertada una escala de valores que responde a muchas variables. La educación, el carácter, la sensibilidad, la historia personal y hasta la inteligencia.
Así, algunos anteponen la lealtad al dinero, otros al egoísmo ante la honradez, alguno a dios sobre la amistad o valoran a la moda como equivalente de la conciencia ambiental.
Lo que a algunos les parece invaluable a otros a penas les interesa. La indiferencia ante las emociones es también un precio que se paga por la ausencia de sensaciones de mayor intensidad y la soberbia de juzgar a todos con nuestra propia medida es un error que cometemos cada dos o tres pasos.
¿Somos culpables de nuestra propia infelicidad?, este intento de hacer girar al mundo a nuestro ritmo, a nuestro tono y bajo lo que cada uno de nosotros cree correcto ¿es la razón real de nuestra sensación de frustración?; este influir en nuestros entornos, nos interpela ante el otro a cada segundo. Somos como partículas que no dejan de golpearse unas con otras, aparentemente sin sentido pero generando la energía suficiente para mantener al universo con vida.
¿Es mejor acaso ser víctima de la inercia?, ¿ser aceptación pura?, ¿resignación de cadáver?, ¿silencio de cordero?. Al menos así, la pretensión cae a cero y la decepción, por lógica, adquiere ese mismo valor.
¿Quedarse en silencio para aprender a estar conformes?, ¿acostumbrarse a recibir en lugar de dar y proponer?; no lo se, creo que ser recipiente en lugar de contenido, no es una opción para los que prefieren valer algo.
Pero, ¿qué es valer, en todo caso, sino la subjetividad determinada por esa escala adquirida? Sería importante conocer los límites polares de pretensión y conformismo para conseguir el equilibrio de una tolerancia en alerta.

Imagen: Manu Estrada

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