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miércoles, 30 de mayo de 2012

Mocambo; del mar y la madurez


Tal vez sea necesario tener esa memoria ancestral para poder desenmarañar los subtextos vinculados a cada cultura de una manera tan adecuada; para poder sustituir elementos y mantener esencias, para poder tocar ciertos temas circundantes con tanta crudeza, para poder acercar al público tanto a una realidad usando, por necesidad, una compresión tan severa.

Con bases claras en signos que se remontan tan circularmente a la cultura misma de la que se extrae la fábula, la obra se deconstruye sobre sus propios y nuevos signos funcionando armónicamente, entre esos iniciales y las nuevas convenciones creadas a partir de ellos regalando esa sensación de que nada dentro de escena es forzado. 

Karen Lisondra demuestra una gran madurez al sumar de manera correcta los elementos escenográficos y sonoros a una actuación sincera y contundente que transmite con claridad la enorme carga sensible que el trabajo contiene, permitiendo que ese espacio - hábilmente propuesto por Amado Espinoza – evolucione a través del transcurso de la obra subordinado siempre a la voluntad de la actriz y su dramaturgia (de la niebla, a la vitrina, a la jaula, al mocambo). 

Lo sonoro,propuesto por Manu Estrada, juega también un papel importante y su dosificación correcta alcanza ese doble objetivo de mantener la intimidad, evitando que la actriz deba incrementar el volumen de su voz, mientras juega a no responder siempre a lo que se propone visualmente. Y por su parte, el vestuario, sin más pretensiones, es bastante funcional y así logra  sumarse a una larga serie de elementos bien concatenados en la propuesta. 

 La voz de la actriz se hace esperar deliciosamente hasta un momento preciso en el que Lisondra pasa de explotar su corporalidad a evidenciar sus habilidades gestuales, todo dentro del ritmo que se mantiene y la tensión que persiste dejando en duda la duración real del trabajo que no decae pese a la rigurosidad de la temática asumida. 

La obra Mocambo, va más allá de hacerse de “sólo lo necesario” ofreciendo una gran cantidad de placenteros bonos que no se perciben conscientemente por estar tan bien combinados paradójicamente por ese deseo de no ser demasiado pretenciosos. 
Presenciar el estreno de esta obra ha sido, sin duda alguna, un privilegio que deja en evidencia la larga y variada trayectoria de la autora y actriz que supo aprovechar la energía de sus propias motivaciones para llevarnos a la mímesis del relato en un mágico paralelismo con esos signos ancestrales reescritos sobre sus propias huellas que se borran en su bien recreado oleaje marino.
Fotografía: Aleyda Alvarez

domingo, 27 de mayo de 2012

Sólo mi arte vale

Seres humanos incompletos. Irreverentes narcisos se pasean por los escenarios creyendo que sólo su arte vale.
Nadie se merece más la atención de la mirada que sus propias performances; de nada sirve un esfuerzo ajeno pues sólo la propia voz merece ser oída por el público. 
Entre artistas el respeto es mínimo; imbuidos en su precaria gloria, los actores no van a conciertos y si van, no escuchan; y los músicos, en extraña reciprocidad, no suelen disfrutar mucho del teatro o las exposiciones pictóricas. 
No generalizamos pero poco a poco, cuando crece el ego, el gusto por percibir al mundo exterior pareciera deteriorarse en esos seres irreverentes y egocéntricos haciendo que sólo sus propias ideas resuenen en su cabeza como ecos de si mismos, como distancias generadas por una autoestima descontrolada y retroalimentada de forma desmedida, cíclica y en espiral.
Con actitud de superestrellas, esos pequeñitos a los que se les concedió algo de talento o disciplina, se vanaglorian de su mezquino (y ambiguo) triunfo sobre el sistema de autómatas licenciados y luchadores de escalafón y fuente laboral, alejándose - en su vanidad - de esa sensibilidad que un día fue la verdadera razón y motor de su inclinación por la labor en el arte.
Los más bajos confunden el respeto que se merecen como artistas con un falso derecho a ser engreídos. De pronto pareciera que algunos de nuestros artistas creen que los demás han nacido sólo para disculpar sus errores o solucionar sus problemas pasando por alto sus defectos.
Seres incompletos, irreverentes narcisos son genios del disfraz, se visten de laureles, utilizan sus auras, aprovechan el efecto de halo que provocan sus "habilidades" especiales y siguen siendo vistos hasta con admiración.
Todos aman a los famosos y sus berrinches, al Hollywood de excesos, al rockstar con actitud de menosprecio; tanta gente los sigue y emula que al final  no nos sorprenderá que una oficina silenciosa termine albergando más sensibilidad que un poema, un oleo o un escenario.

martes, 15 de mayo de 2012

El valor de lo que se comunica (no de lo que se pretende comunicar)

El proceso de comunicación es algo fascinante y complejo.
Un sujeto A, intenta mandar a un sujeto B un mensaje C; es eso básicamente. Pero ¿qué hace que ese mensaje C sea lo mismo para ambos sujetos?. A, podría estar intentando explicar con saltos y gestos que una casa se incendia mientras B lo mira sonriente, complacido por las simpáticas monerías de su interlocutor.
Es ahí donde entra el código como conjunto de reglas propias de cada sistema de signos y símbolos que el emisor utiliza para trasmitir su mensaje, Ejemplo: la gramática de los idiomas, en la informática serán los algoritmos, el sistema de rayas y puntos del morse) .
Pero pese a esto, el valor del mensaje no siempre es el mismo aunque el código así lo pretenda. Recordemos que el mensaje es el contenido mismo que se quiere transmitir, la información que se envía, ese conjunto de ideas y sentimientos que se intentan expresar y salen codificadas de aquel primer emisor.
Sea como sea, será siempre el receptor el que termine sentenciando el mensaje y lo que significa, el le dará un valor final que, compartido - a través de un proceso idéntico - con el emisor inicial (que pasa a ser receptor) creará la llamada retroalimentación (feedback). Y es recién ahí que esos valores de emisión y recepción se nivelan un poco creándose convenciones más sólidas y profundas.
El feedback permite entonces que aquel mensaje que se transmite sea cada vez menos equívoco y es por eso que lo que se comunica, pasando por este proceso completo, tiene un peso cada vez mayor y con menos posibilidades de ser malinterpretado.
Lo comunicado, bajo el soporte del feedback, suele ser cada vez mas lo que en verdad pretende significar.

jueves, 10 de mayo de 2012

Inconsistencia

Disculpen la ignorancia pero nunca entendí la búsqueda de privilegios absurdos por parte de los galenos.

Pieses


ejercicio de unir nuestra literatura con otras disciplinas junto a Miércoles de Ceniza

lunes, 7 de mayo de 2012

domingo, 6 de mayo de 2012

El ser social, una especie en peligro de extinción

El egoísmo nos ha llevado a creer que no tiene ningún sentido hacer algo por alguien que no sea uno mismo. 
Este pensamiento, cada vez más inculcado en la mente de los hombres, desvincula al sujeto de la sociedad. Y este sujeto, además anestesiado - pero también guiado - por la virtualidad de comunicación y contacto, que se da a través de la informática, la televisión y otros medios similares, va insertando en su imaginario - desde muy temprano y por simple analogía especular - la certeza de que los demás tampoco tendrían que hacer nada por uno y de esta manera, se traza un círculo que va devaluando cualquier tipo de reciprocidad de gestos probos entre seres humanos. 
A veces pareciera, que en realidad no nos convertimos de a poco en sujetos a los que les cueste dar, sino recibir. 
Es por equivalencia, y respondiendo a neo-valores (o antivalores polarizados como el orgullo o la vanidad), que uno prefiere aspirar a la "independencia" cada vez con más celeridad porque, como ya dijimos: si este mundo post-moderno no ve con buenos ojos al ser solícito, menos aun lo hará con el ser solicitante. 
Esta mal llamada "independencia" no es tanto la referida a la salida del seno familiar (que en realidad, en nuestro medio, es un efecto producido por la alienación causada por los audiovisuales angloparlantes) sino mas bien aquella que provoca la fantasía de ser autosuficiente a todo nivel y por ende no necesitar ningún gesto de nadie.
El contrato social en realidad se ha quebrado. Este "no querer recibir nada de nadie", se hace también con la intención de no quedar nunca en deuda con nadie. Así, de forma extrañamente voluntaria y aceptada en calidad de rebaño, cada individuo queda a merced de su propia suerte en un lugar donde su supervivencia dependerá de sus propias ansias de hacer prevalecer su visión y valía sobre las de los demás, a los que, recordemos, no les debe absolutamente nada.