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domingo, 6 de mayo de 2012

El ser social, una especie en peligro de extinción

El egoísmo nos ha llevado a creer que no tiene ningún sentido hacer algo por alguien que no sea uno mismo. 
Este pensamiento, cada vez más inculcado en la mente de los hombres, desvincula al sujeto de la sociedad. Y este sujeto, además anestesiado - pero también guiado - por la virtualidad de comunicación y contacto, que se da a través de la informática, la televisión y otros medios similares, va insertando en su imaginario - desde muy temprano y por simple analogía especular - la certeza de que los demás tampoco tendrían que hacer nada por uno y de esta manera, se traza un círculo que va devaluando cualquier tipo de reciprocidad de gestos probos entre seres humanos. 
A veces pareciera, que en realidad no nos convertimos de a poco en sujetos a los que les cueste dar, sino recibir. 
Es por equivalencia, y respondiendo a neo-valores (o antivalores polarizados como el orgullo o la vanidad), que uno prefiere aspirar a la "independencia" cada vez con más celeridad porque, como ya dijimos: si este mundo post-moderno no ve con buenos ojos al ser solícito, menos aun lo hará con el ser solicitante. 
Esta mal llamada "independencia" no es tanto la referida a la salida del seno familiar (que en realidad, en nuestro medio, es un efecto producido por la alienación causada por los audiovisuales angloparlantes) sino mas bien aquella que provoca la fantasía de ser autosuficiente a todo nivel y por ende no necesitar ningún gesto de nadie.
El contrato social en realidad se ha quebrado. Este "no querer recibir nada de nadie", se hace también con la intención de no quedar nunca en deuda con nadie. Así, de forma extrañamente voluntaria y aceptada en calidad de rebaño, cada individuo queda a merced de su propia suerte en un lugar donde su supervivencia dependerá de sus propias ansias de hacer prevalecer su visión y valía sobre las de los demás, a los que, recordemos, no les debe absolutamente nada.

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