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miércoles, 5 de abril de 2017

La Chiva respira

Ph. Dimitri Maidana
“El museo de los niños muertos” es más que una alusión a un espacio en desuso, cuya silente presencia en nuestra ciudad, se impregna claramente en la nueva propuesta de una de las mejores bandas de nuestro medio: La Chiva.
La solidez de la labor de estos artistas, trasciende esta vez, más allá de su ya consabida capacidad musical pues permiten la irrupción de su espacio de trabajo al sonido buscado y más aún, al concepto mismo de este nuevo disco. Una especie de viaje de afuera hacia adentro, comparable tal vez a una intervención de espacio en el mundo de lo escénico, con el que, en esta ocasión, comparten además la naturaleza efímera de la ejecución en vivo, que permite sacarle provecho a esa potencia en comunión que caracteriza a una banda sonando al unísono.
El disco, parafraseando una de las canciones incluidas en él: rompe, rema, danza, siente, vibra, canta, corre, flota y vuela mientras nos habla de alas que se agrietan condenando a la caída a aquello que ineludiblemente alguna vez supo volar con el viento. Referencia, tal vez, a esos sueños e inocencias rotas – en contraste con aquellas otras que aun encontramos intactas.
Mientras escucho los sonidos que me regalan este viaje, sigo descubriendo pequeños guiños de la travesura realizada y es inevitable volver una y otra vez a ese lugar que, en años pasados, se cargó de una poderosa energía con todo el arte que, en su momento, tuvo el placer de transitar sus recovecos.
Entre otros, que de seguro acompañan lealmente el trabajo de años que lleva La Chiva, esta vez encontramos y reconocemos la mano de So Myung que en pocos días, realizó la buena labor de capturar ese momento en el que la música sucedía, en ese ahí y ahora siempre tan fugaces.
Esta propuesta es una muestra de lo que sucede cuando el artista se deja atravesar por su realidad y su contexto en lugar de usar su posibilidad de expresión sólo como una catarsis que le permita escupir y vomitar su mundo interior. Hay respeto a la respiración, a la implosión, al viaje inductivo, a la carga previa a esa explosión inevitable. Inhalar es siempre anterior a exhalar y se percibe ese dejarse conmover en este material.
Ante un proceso creativo como este, salta a la luz el aporte de cada pieza pero más que eso, la capacidad en conjunto de los engranajes que nos recuerdan que, en este universo, uno más uno siempre es más que dos. No es sencillo encontrarse en estos espacios y en estas labores pero el tiempo que estos músicos llevan juntos, es aceite que lubrica perfectamente este trabajo haciendo que los nuevos engranajes encuentren un lugar suave para asentarse acrecentando las posibilidades.
Las ocho canciones de este “museo de los niños muertos” van dibujando curvas y contra curvas evitando que la línea recta domine el paisaje. Golpes y caricias se intercalan librando al escucha de la monotonía. Se corren riesgos, es más, todo el disco parece un gran riesgo y eso se agradece porque el artista que se repite a si mismo bajo recetas que siempre le funcionaron, condena a su propuesta a ser un objeto estático que va perdiendo la gracia poco a poco. Lo que, como ya dijimos, no pasa en este caso.
Claro que para aventurarse hay que tener una brújula y a mi parecer, La Chiva la lleva bien calibrada y apuntando al sur. No es coincidencia el apoyo que reciben del público que los corea y acompaña también más allá de nuestra ciudad.
Según comentaron, pretenden continuar durante el año con la serie de presentaciones de este nuevo material, al que también corresponderá hacerle la labor audiovisual pertinente para el lanzamiento de los primeros cortes. Es un andar que no se detiene y que la gente de Sucre podrá apreciar el día viernes 7 de marzo en el Termitero (Grau #531) a horas 20:00 (puntual por tratarse de un centro cultural).