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lunes, 2 de octubre de 2017

Narices

Los aromas marean, los de los cuerpos, los del aire en primavera.
Los de la soledad que a menudo empuja los pasos.
El miedo a pasar desapercibidas en medio de tanto fulgor, obliga a las flores a elaborar afanosas tanto color y olor histérico y ese crónico carnaval anunciado se vuelve presente continuo que emborracha al que venía acostumbrándose al buen invierno; la estación pasará llevándose los años viejos por delante hasta encontrar su clímax dramático en el otoño que lo espera para despertar otros sentidos en ese batir y arrastrar de hojas por la tierra.
El peligro tiene sus olores pero basta con taparse la nariz para hacerse de la vista gorda mientras el hemisferio entero reverdece. 
Los aromas enloquecen a la gente, en especial en primavera. Es tan contundente el golpe en los recuerdos que uno confunde el amor con ese guiño de infancia soleada en parques recién bañados por las primeras lluvias del año.
Marean el clima y los vapores, los hedores fingidos con desodorante, el delicioso perfume de la juventud intentando comprender lo complejo de la simplicidad. 
Confunden los aromas, el pensamiento se perturba y quisiéramos que todo lo malo que nos pasa sólo fuera culpa de nuestras narices.

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