
El juego de dejarse y regresar suele ser el pasatiempo de muchas parejas que reinciden en sus errores por el puro deseo inconciente de ser dañados por alguien que termina siendo más poderoso. Los lobos disfrazados de corderos abundan en las historias bíblicas, en la historia humana y en mis histerias personales.
Mi paranoia termina teniendo la razón y me descubro nuevamente desengañado frente a algún ser perseguido que me utiliza tal vez para salir de su círculo de poder. Ya me pasó antes que termino siendo el gurú de las liberaciones personales a costa de mi propia energía cósmica acumulada en años de crecimiento espiritual.
Soy yo también víctima de mi credulidad e incredulidad, esta credulidad en seres malignos que buscan dañarme a toda costa para tenerme de trofeo en una serie de fotografías vacías y mi incredulidad en el mundo bondadoso que puede regalarme ese sentimiento venusino de bienestar.
Luego habrá que aceptar nuevamente que uno lo hizo bien y que los demás nos fallaron a su antojo, para dejar de martillarnos con el peso de la culpa. Uno hace lo que puede y los demás deciden que hacer con este esfuerzo propio. Le den o no le den valor, al final uno sabe (o debe creer) que hizo lo que debía hacerse.
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