Muchos niños –y de esos que se portaron bien todo el año – se llenarán de decepción al ver que no está entre sus regalos ese juguete añorado. Los adultos terminarán dándose cuenta que en vano sonrieron a esa gente que tanto les desagrada y sufrirán su propia hipocresía humillante en olas de arrepentimiento por tanta pose para foto de postal.
Familias enteras inundarán los hogares con gritos y reprimendas, el aroma de la cena durará poco cuando se termine de reventar esa burbuja de falsedades.
Poco más adelante los chuntunquis y villancicos se harán insoportables para más gente, se silenciarán pronto las luces del arbolito y el niño del pesebre por fin podrá conciliar el sueño.
Pero bueno, las buenas intenciones sabrán estar ahí. La gente habrá intentado ser tolerante aunque sea por un par de días y familias se habrán reencontrado después de mucho tiempo aunque fuese para terminar diciéndose muchas cosas feas en la cara.
Además, no todos pasarán la navidad respondiendo a la presente descripción, recordemos a las familias Coca Cola, esas de publicidad, a esas que Papa Noel – que es más famoso que el mismo cumpleañero de la fiesta – no les equivoca los presentes.
También recordemos a aquellos que no esperan nada de estas fiestas – que cada vez son menos – verán pasar otra noche buena bebiendo un vino o simplemente cenando con simpleza rica en sinceridad. Se desearán buenos deseos como quien se desea buenos días y continuarán su vida.
Tal vez habría que sincerarse un poco con las sensaciones que en realidad nos atacan durante estas fiestas: ¿soledad?, ¿ansiedad?, ¿felicidad tal vez? Sería importante saber si vale la pena desteñir tanta sensibilidad, desempolvar cada año tanta humanidad que regularmente guardamos pasadas las fiestas.
Imagen: Nacimiento del niño Jesus de Alejandro González Romero