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sábado, 19 de enero de 2013

Innominable

Cuando se vuelve tan evidente la imposibilidad de objetivizar el amor o la muerte, cualquier persona comienza a vivir atormentada.
Es ahí cuando las incertidumbres se comparten y los miedos se vuelven símbolos difusos que se impregnan a menudo en esas letras compartidas. Y hablamos de miedos que no son sólo miedos sino también dolores mas tangibles y angustias irreconciliables.
El alcohol se vuelve entonces más que un anestésico; se atraviesa un espejismo moral y de pronto se despiertan nuevos sentidos. Se aviva la intuición de lo invisible que une oscuramente todas las cosas del universo pero no explica ausencias y vacíos más profundos.
La nostalgia de lo perdido, la añoranza de lo inalcanzable, el desasosiego, la nausea, las ansias de darle la vuelta a la última página sin seguir leyendo el libro.
¿Cómo no ser ambiguo y cambiante en un mundo que ofrece tantos caminos pero deja la posibilidad de que estén cerrados?
Se enfrenta al mundo y sus sociedades sólo desde la insignificancia de los propios quehaceres, desde la actitud sumisa o singular y contestataria de cada ser existente. Al fin y al cabo, son ellas mismas (las sociedades) las que determinarán al final la grandeza o liviandad de cada vida, regalando la inmortalidad a aquellos que logran rebasarlas. 
Hay en la fantasía de las palabras, la posibilidad de mirar de reojo a esa sombra indecible que siempre se escapa, la oportunidad de parchar esos agujeros inexplicables por un tiempo; aunque después se tenga que soportar su inevitable crecimiento y su engorde paradójico causado por esas mismas fantasías fagocitadas.
Extrañas compañías la muerte y el amor; tan silenciosas ambas - cuando son reales - tan íntimas las dos, tan codiciadas a su modo, tan detestables a su vez.
Limitado instrumento es el lenguaje, reflejo de otras incompletas esferas, remedo de eso que no se puede ver, de eso que se busca tras la cortina, de eso que de soslayo intentamos atrapar, de lo que suponemos que está ahí cuando en verdad nos embriagamos, eso que en su inevitable ausencia nos causa esto que llamamos vivir.
Terrible enigma es el vacío, la sensación incierta que lo mismo podría ser la que lo causa, como el asomo a la intuición superior que lo percibe en realidad.
Para sobrevivirse a uno mismo y a los prójimos, se intentan todo tipo de artimañas. Primero uno desea encajar, luego se revela uno contra el mundo, intenta golpear con la voz, con las manos, con los dones; más tarde, se guarda silencio, se hace vigilia o se intenta uno acostumbrar. Finalmente, de una u otra forma, uno pierde la cordura y la racionalidad y se dedica a sobrevivir por defecto o se decide a embarcarse en  tinieblas, incertidumbres y contrastes hasta que le dan ganas de abrir de par en par las puertas para encontrar oscuridad, y nada mas.

(En homenaje a Edgar Allan Poe, a los 204 años de su nacimiento)

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