Adormecido, como pez fuera del agua con esta rutina rota, no termino de comprender la profundidad de los cambios.
Aturdido, vibrante como cuerda de guitarra me desafino y no entro en tono tras este arañazo predecible.
He quedado bailando sólo en medio de la pista, el silencio es absoluto y ahora que me percato, el local está completamente vacío, sin parroquianos, sin mozos ni guaruras, ni fantasmas quedan en el sitio y el eco de mis palpitares tímidamente resuena en las esquinas empolvadas y llenas de telarañas.
Es como si siempre hubiera estado sólo, como si el ambiente, las luces, el ruido y las personas jamás hubiesen estado a mi alrededor.
Silencio.
El camino se prolonga, una carretera por delante se abre en interminables curvas que esperan mis pisadas pero pareciera que camino por andar sin nada que en verdad me motive a continuar en movimiento.
Levanto la mirada y el horizonte sigue ahí, tal cual lo dejé la última vez que lo vi.
Piloto automático.
Vagabundo, errante errático, sin ganas de preguntarme nada descanso a la sombra de mis recuerdos, la luz de la pantalla ilumina mi rostro y en mis ojos vacíos no hay rastro de emoción alguna.
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