Coincidencias

Al leer el libro de james Redfield "La profecía celestina" me quedó grabada la idea que se repetía diciendo que el destino no existe sino que se trata de un plan cósmico urdido por nosotros mismos antes de nuestro nacimiento.

En este camino, obviamente nacemos olvidando este plan inicial, pero nos encontramos con ciertas situaciones que llamamos coincidencias que reencaminan nuestro avance empujándonos hacia el cumplimiento de la meta trazada antes de nacer.

la idea por si sola es interesante; nos recuerda la influencia del azar en la vida de la gente. Las llamadas situaciones insalvables, los golpes de suerte: la funesta realidad del efecto mariposa (léase: Teoría del caos).

Pero bien, todo este preámbulo me lleva a un suceso reciente que me dejó (en una ciudad ajena, un día no pensado a una hora insospechada, caminando por una calle sorteada por una sumatoria extraña de antesalas) frente a frente con las dos principales musas-verdugos de mi historia personal.

No quedó más que presentar a estas dos titánicas figuras de mi vida emocional y tragarme enteríta la falsa idea del conteo de probabilidades que respaldaban la imposibilidad de que sucediese un encuentro como este.

Me sentí sin duda como una cordillera en pleno nacimiento, quedando al centro de un choque telúrico de grandes magnitudes pertenecientes a eras alejadas por al menos siete años una de la otra.

La inmensidad del azar, como ley primordial de la teoría del caos, crea una especie de sensación de insignificancia y más aun frente a una jugarreta tan sarcástica de la existencia (no se puede negar que el llamado "destino" tiene muy buen sentido del humor).

Para ser sincero, disfruté el momento de incomodidad porque después me percaté que las heridas del pasado terminan causando gracia y que suelen dar orgullo algunas cicatrices de guerra.