Tal vez sea necesario tener esa memoria ancestral para poder desenmarañar los subtextos
vinculados a cada cultura de una manera tan adecuada; para poder sustituir
elementos y mantener esencias, para poder tocar ciertos temas circundantes con
tanta crudeza, para poder acercar al público tanto a una realidad usando, por
necesidad, una compresión tan severa.
Con bases claras en signos que se remontan tan circularmente a la cultura misma de la que
se extrae la fábula, la obra se deconstruye sobre sus propios y nuevos signos
funcionando armónicamente, entre esos iniciales y las nuevas convenciones
creadas a partir de ellos regalando esa sensación de que nada dentro de escena
es forzado.
Karen Lisondra demuestra una gran madurez al sumar de manera correcta los elementos
escenográficos y sonoros a una actuación sincera y contundente que transmite
con claridad la enorme carga sensible que el trabajo contiene, permitiendo que
ese espacio - hábilmente propuesto por Amado Espinoza – evolucione a través del
transcurso de la obra subordinado siempre a la voluntad de la actriz y su dramaturgia (de la niebla, a la vitrina, a la jaula, al mocambo).
Lo sonoro,propuesto por Manu Estrada, juega también un papel importante y su dosificación
correcta alcanza ese doble objetivo de mantener la intimidad, evitando que la
actriz deba incrementar el volumen de su voz, mientras juega a no responder
siempre a lo que se propone visualmente. Y por su parte, el vestuario, sin más
pretensiones, es bastante funcional y así logra sumarse a una larga serie de elementos bien
concatenados en la propuesta.
La voz de la actriz se hace esperar deliciosamente hasta un momento preciso en el que
Lisondra pasa de explotar su corporalidad a evidenciar sus habilidades
gestuales, todo dentro del ritmo que se mantiene y la tensión que persiste
dejando en duda la duración real del trabajo que no decae pese a la rigurosidad
de la temática asumida.
La obra Mocambo, va más allá de hacerse de “sólo lo necesario” ofreciendo una gran
cantidad de placenteros bonos que no se perciben conscientemente por estar tan
bien combinados paradójicamente por ese deseo de no ser demasiado pretenciosos.
Presenciar el estreno de esta obra ha sido, sin duda alguna, un privilegio que deja en
evidencia la larga y variada trayectoria de la autora y actriz que supo
aprovechar la energía de sus propias motivaciones para llevarnos a la mímesis
del relato en un mágico paralelismo con esos signos ancestrales reescritos
sobre sus propias huellas que se borran en su bien recreado oleaje marino.
Fotografía: Aleyda Alvarez
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