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martes, 6 de agosto de 2019

Breve discursillo antipatriótico

Amo a Bolivia con todo y su engañosa libertad firmada en 1825, pero ante todo soy un ser humano que llora al ver como se levantan muros y se ahoga gente en mares lejanos. 

Recuerdo, aunque vagamente, que ya de niño sospeché de las fronteras y pese a que más tarde mi amor por la gente que me rodeaba y con los que compartía tantas cosas en común me convenció de creer en la patria, leyendo y observando de apoco recordé lo ilógico del asunto. 

Porque en este continente en especial, se dibujaron líneas sin pensar en los imaginarios ya desarrollados, sin respetar la antigüedad de ciertos conglomerados sociales que hubieran creado repúblicas más pujantes y organizadas. 

Mi país es como los otros, se parece más a algunos vecinos, pero sufre igual que lejanos pueblos que están pasando el atlántico sin cambiar de hemisferio. Por costumbre y a fuerza de repetición, hincho el pecho con “nuestra” riqueza cultural pero sin duda sería más feliz pudiendo enorgullecerme de cualquier cosa en el globo si me permitieran sentirla mía. Pero no, me dibujaron líneas y me dijeron que sólo era de ahí, intentando enjaularme como a todos en uno de los tantos corrales desconcertantes que pintan de colores. 

Las fronteras son mentiras como la democracia y el estado, mentiras que te hacen amar y donde te regalan la sensación de elegir, pero sólo escoges entre los siervos de uno u otro amo que manejan todas estas porciones de tierra con sus propias normas y formas diseñadas para perpetuar ese orden por encima de la lógica que salta a la vista ante la injusticia en la que vivimos dentro de estas granjas dibujadas en los mapas. 

La humanidad vive engañada protegiendo “su” parcela de la misma humanidad que la rodea, festejando día a día sus diferencias y banderas como algo que debiera protegerse, temiendo al de a lado, al de allá, como si el allá existiera habitando la misma esfera.

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