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lunes, 17 de diciembre de 2007

De regreso en los acordes



La noche había comenzado. Con poca gente pero decididos a encarar, tal vez, el último concierto del año, salimos de mi casa Carly (Carlos Sivila), Anita (Ana Pintado) y yo. Allá nos esperaría Mauricio y el ambiente.

Estaban sentados en una mesa arriba varios amigos del taller de teatro que dimos con la gente de "La Cueva" y un grupo que habíamos conocido el martes pasado en el mismo local: "La crisálida".

Nos tomamos un Centebro para entrar en calor, es un licor de 47 yerbas que ofrece la casa y luego nos compramos una botellita de vino tinto para el resto de la noche.

Comencé yo tomando la guitarra esperanzado en que la teoría de que el lugar daba para un concietrto acústico fuera cierta. Así fue, el sonido revotaba en las paredes y el techo de caña resonando abajo, en el mezanine y en la casa de a lado donde viven mi hermano y mi primo.

El concierto se hizo en tres etapas, una primera donde quedé solo, la segunda que cerró Carly luego de haber recordado hermosas canciones de Sui-Generis interpretándolas con falutas dulces, flautas de pan y quenas invitadas e improvisadas por mi querido amigo Paygo.
Luego entró Carito (Oscar Padilla) y nos hizo disfrutar varias canciones nuevas; el ambiente se fue desarrollando entre melodías y oidos dispuestos de un público que se portó muy bien.

Es urgente mensionar en este punto la buena predisposición que tuvieron las propietarias de la crisálida, gente que no deja de agradarme y sorprenderme cada vez mas en este avanzar de conocerlas poco a poco.

Para cerrar la noche, regresé a escenario, compartí una canción con Mauri y luego invité a Anita a que cante "Ella" conmigo; luego y para cerrar con borche de oro, invitamos a que se juntara Carly para hacer una versión de "El Patíbulo" a tres voces y con padereta. No puedo negar que me sentí complacido con lo que pudimos hacer junto a estas dos escelentes voces.

La noche se estiró y nos llevó a derramarnos por uno de los conocidos refugios de los "Cantautartes" y después de regreso a casa con gran satisfacción retumbando en la cabeza. Sin duda me hacía tanta falta montarme en un taburete aferrado a mi tabla de náufrago que estaba comenzando a olvidar como las melodías se van moviendo como ondulantes olas dispuestas a sacarte a flote y arrojarte en alguna isla desierta.

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