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sábado, 20 de agosto de 2011

Convicción convicta


"La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano."
Friederick Nietzsche

A veces me pregunto: ¿es en verdad esta mi naturaleza?. Y es que a menudo pareciera que busco parecerme a algo que al común de la gente le perecería bien.
Y después, me encuentro a mi mismo en medio de torbellinos autoinflingidos a los que en realidad me tengo muy poco acostumbrado.
En días como este, en los que, como mártir inmolado, uno se abandona a la autocontemplación olvidando la existencia del mundo exterior, uno sufre de ese síndrome de abstinencia de abuelitas y caperucitas; de pronto nos invade ese deseo de quitarnos la piel de cordero porque dudamos si en verdad valen la pena esas tentadoras convicciones nuevas que uno quiere asumir, esas que dictan fe, que invitan al orden, a la fidelidad.
Las noches en las que la duda corroe y la mente y las situaciones claman venganza, para evitar ser inconsecuentes, uno retrae los colmillos pese a que de pronto - como parte de un complot - aparecen y desfilan los cuellos inmaculados de tantas víctimas posibles tentando al límite a nuestro espíritu tan deseoso de no ser el primer engañado sino - de preferencia - ser el primero en traicionar para no quedar como tonto.
Pero las posturas que se asumen son las elegidas por uno y si uno no sabe respetarse no puede exigir respeto. Es más, quien no se tiene respeto, no sabe aceptarlo cuando llega, a penas y lo reconoce. La persona que se sonríe ante un piropo soez y acepta los maltratos intrínsecos de los comentarios que llegan disfrazados de inocente juego como parte de una pulla indecente se van alejando de a poco del verdadero sentido del valer, y uno vale en tanto impone sus límites incluso con el riesgo de abandonar ese lugar que cree amar pese a lo degradante de esa artificialidad a la que le tiene acostumbrado.

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