
La tarde se volvía noche tan rápido que antes de darse cuenta los ojos se le desbordaron y la sal de algunos recuerdos le empaparon las mejillas. Había algo más en el ambiente que plumones, pelusas y hojas al borde del suicidio otoñal colectivo.
Sentía que su universo interior de alguna manera se le había escapado en el aliento y todo alrededor se tornaba así de demoledor desde afuera. Sus sensaciones internas habían creado de alguna manera un circuito con la realidad y ahora el mundo exterior era sólo una copia de las sombras que por dentro lo perturbaban. Lloró de nuevo, le dolió hasta el desprecio de las palomas y sintió a cada hoja golpeando el suelo como si fuera un estertor de agonía hacia adentro suyo.
Todo giró de pronto, el tiempo tomó un respiro, pasó un siglo en un segundo y en ese tiempo las energías sumadas de todos los universos paralelos se precipitaron sobre él: sismo cósmico, implosión atómica, agujero negro, suspiro liberador.
La mirada le volvió al rostro y el sonido se percibió nuevamente por los conductos regulares. Tragó saliva, se sonó la nariz; las hojas eran arrastradas por una brisa fresca y el frío invitaba amablemente a buscar abrigo. Se levantó y dibujó una sonrisa en su rostro, se le escapó una pequeña risita, meneó la cabeza y siguió su camino metiendo las manos a los bolsillos.
Las palomas, agradecidas, conciliaron el sueño al fin, luego de verlo aliviado.
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