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martes, 1 de noviembre de 2011

Ausencias y golpes de timón

Hoy a medio día, cuando les servía el mondongo de mamá a mis muertitos mi tío casi me hace llorar desde su foto. Pero, como era costumbre suya, en lugar de eso, me terminó esbozando una enorme sonrisa en el rostro; cómo se extraña a los que se van, que incontrolable egoísmo.
El sol se sobrepone a las nubes, es buen presagio para el navegante y para el campista. Es buen presagio para el que asume las cosas desde un punto de vista alejado de tanto dédalo, desconcierto, incertidumbre y decepción. Por fin se me quitan también las nubes de los ojos para ver que nadie puede hacerte sentir culpable de lo que provocan sus propias incapacidades o imposibilidades; qué alivio regresar al propio camino dictado por el discernimiento profundo.
Sería fácil decir que hay vacíos que no nos permiten llegar a las profundidades ansiadas (al hacer las veces de flotadores), cuando en realidad seguramente era necesario estar un rato a flote para no terminar ahogándonos en esos abismos que deseamos explorar.
Pero todo cumple un rol y todo tiene su tiempo, y tal vez ese tiempo no sincroniza a menudo dejando así barcos a la deriva, llevando así a enormes Hindenburgs a pique, creando así desencuentros en citas que no tendrán una segunda oportunidad.
Es día de muertos, esos espíritus nos fortalecen con su energía pura y evolucionada, hay mas paz que en pascua, hay mas amor que en San Valentín, hay más sentido que el que ofrecen simples brujas y cadaveres desorientados y hay menos rencor que en navidad. Es día de muertos, y las ausencias no son ni serán de ellos, serán las nuestras, las de uno, las que se sientan cuando al atardecer el cielo se coloree, allá por el horizonte que estará sobre mi cabeza.

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