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jueves, 3 de noviembre de 2011

Más allá de simples brujas y cadáveres


Nota publicada el día de hoy en el suplemento "puño y letra" del diario Correo del Sur...

"Una llovizna en el asfalto salta,
juega con las sombras divididas,
hartas de chicha y chancho. (...)
K'anchacu.
Quítenme las sombras
háganse callar."
Oscar Padilla Apaza

Una mezcla de aromas entre flores, chanchos y ajíes hacen del día unan experiencia fantástica. Los muertos nos visitan. Desde hace unos días los vieron caminando incluso por el segundo piso de casa.
Con sus siluetas nítidas y sus rostros intactos en las fotos, ellos envuelven al mundo con una energía más gratificante y real que la de cualquier otra época del año (incluida la navideña, ya tan cercana por culpa del putrefactante consumismo que todo lo vuelve imperecedero).
Nos encontramos los de un mundo y los del otro separados únicamente por una mesa llena de comida en la que nos sentamos frente a frente sonriéndonos, pese a esa absurda sensación de pérdida dictada por esta falta de desprendimiento, característica de nuestra codiciosa especie.
Es el ritual de aceptación del “Sein zum Tode”, de ese ser-para-la-muerte Heideggeriano que dentro de su visión del Dasein no significa un dejar-de-ser sino una oportunidad clara de ver lo trascendental o intrascendente de nuestra existencia como viene hasta ahora. Y, si esta existencia es un continuo cumplir y pasar de ciclos, entonces, ¿no puede la vida ser sólo un ciclo más donde la muerte es el hito al siguiente?. Las escrituras teológicas más antiguas del mundo afirman que una esencia primaria explotó creando todo el universo que evoluciona bajo una ley básica de acción-reacción que pretende confluir al universo entero al UNO inicial en un eterno ciclo universal, quién sabe para volver a expandirse en todas las dimensiones, incluyendo aquellas que no comprenderemos.
Hermoso egocentrismo el humano que cuida su vida – convertida en mera supervivencia y perpetuación de la especie – sin preocuparse por entender su propósito en el universo más allá de su paso por este mundo terreno. Hermoso egocentrismo que ya nos causó decepciones globales gracias a Copérnico y Darwin que fueron – y son – como ojos/chacras que se abrieron en un momento determinado de la historia de la humanidad, entre miles de otros que seguro esperan por abrirse.
Es insolente la ceguera que provocan otras manifestaciones que, poco a poco, ganan terreno en nuestra cultura – cada vez más embebida del recipiente desechable y las imágenes y discursos sin contenido – que nos venden telas para que nosotros mismos aprendamos a vendarnos los ojos.
Pareciera que ante tal avasallamiento – recordando la gloriosa habilidad que nos llevó a este día de los muertos hoy, por encima incluso del poder del catolicismo – el sincretismo será el camino para hacer creer al poderoso que nos comimos su receta envolviendo con su absurda decoración nuestro propio pastel intacto.
Pero por ahora, mientras aun queda la esperanza de que nuestra juventud renuncie a los disfraces y las calabazas regresando al k’anchacu y las tantawawas a las que se deben, parece inevitable rebajarnos a un nivel de marketing que nos permita hacerle frente a una aplanadora tan inhumana y hueca.
Hay momentos en los que uno vuelve a ser uno, en los que el camino vuelve a ser claro y nos resintonizamos con ese UNO inicial, devolviéndonos el don del discernimiento más allá de cualquier capricho pasajero y de cualquier influencia involucionante.
Qué brujas ni qué brujas que aterran y causan pena, son los muertos (nuestros muertos) los que vienen durante unos días a visitarnos, a recordarnos que morir es la regla fundamental de la vida y que se puede ser más allá de la muerte.

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