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“no esperéis demasiado del fin del mundo”
(Stanislaw J. Lec)
Pero bien, más allá de nuestra tendencia a pensar tanto en el futuro y esta cantidad de “buenos deseos”, que inundan las fiestas como cenicientas dispuestas a perder la magia a las doce de la noche ni bien se grita: “Feliz Año Nuevo!” (o bien, hasta minutos después, cuando termina la marejada de abrazos y besos) debemos ponernos a pensar en lo que estamos haciendo ahora con lo que nos toca hacer ahora.
Dicen que el fin del mundo se acerca, o que viene Cristo, o el calentamiento global, o el cucu, o cualquier cosa pero lo que en verdad hacemos venir es el temor. Y lo permitimos todos en conjunto, en manada, o mejor dicho: en rebaño. Y es que ya no somos lobos de nosotros mismos sino corderos de quién sabe quién y eso se ha dado a través de una serie de malas decisiones y un cúmulo de resignaciones que nos hace repetir: “el mundo ya me llegó dañado, ¿qué puedo ya hacer yo?”
Y ahí regresamos al asunto este de no aceptar el ahora como tal sino culpar al pasado por él, cuando – repitiéndonos – el ahora es el ahora, es este, no otro ahora y hay que asumirlo como tal sin ver de dónde vino pues es lo que es y punto.
Dice un proverbio africano: “cuando rece, mueva los pies” y desde hace unos días una persona muy especial me lo viene repitiendo a su modo y es que en verdad son acciones y no intenciones las que terminan teniendo un valor más perceptible, pero es importante el equilibrio y el rumbo para que una acción o decisión sea más correcta que otra y es bueno tomar en cuenta todas las cosas desde diferentes puntos de vista y a distancias diversas de apreciación.
A veces pareciera que necesitamos un latigazo para ponernos en marcha; de ahí el éxito de frases de autoayuda como la conocida “vive este día como si fuese el último” que a nivel mundial nos la regalan ahora como “este año como el último” tal vez con la esperanza de crear una reacción psicótica generalizada que nos impulse a actuar – quien sabe hacia dónde.
Y aunque los mayas no hablaron de un fin del mundo sino de una entrada en lo que llamaban algo así como el “sexto sol” que incluía cambios trascendentales y el final de nuestra visión actual del mundo o del mundo como lo conocemos, nos vemos dispuestos a festejar nuestro último fin de año, rodeados de gente querida, cargados de “buenos deseos” (reales y cenicientos) y el pasar implacable del tiempo siempre bajo nuestros pies (o delante de nuestras narices, como se prefiera).
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