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lunes, 12 de diciembre de 2011

Luna menguando en La Paz

Y lo que pasa, es que en realidad uno no deja de viajar. Desde el primer paso proyectado a la distancia que se hizo, uno no para más.
Y la ruta cambia y se toca puerto una y otra vez pero el viaje no se detiene - incluso sobre las zozobras y naufragios - el viaje persiste pese a que pretendamos alguna vez creer que nos hemos detenido.
Y el mío ahora vuelve por La Paz. Esta ciudad extraña tan llena de sorpresas, encuentros y reencuentros. La Paz, tan llena de voces y bocinas. Tan abrelatas, tan despertador. (debo reconocerla como de gran ayuda en este viaje eterno que empecé el día que decidí por mi mismo salir de casa hacia cualquier sitio).
Viejos amigos y amigas conversan conmigo - la luna es testigo - antiguos rostros reaparecen iluminados, llenos de nuevas rutas. De golpe se despiertan viejos caminos, senderos olvidados, posibilidades que convierten la torpeza de mi camino tontamente lineal en un asterisco de incontables aristas: hermoso vivir encontrando encrucijadas; perdiendo la ceguera de creer que había sólo un camino.
Lentamente acepto la realidad de mis errores, de mis posturas tercas y equivocadas; me realineo, me recompongo, me despojo de tanta pequeñez de visión y succiono de las raíces profundas de esta ciudad su pujanza y avidez por el avance. La luna ya decae, y es tiempo de que yo deje de menguar.

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