
En un cuadrado trazado por líneas blancas sobre suelo negro, hay un escritorio con una pantalla encima. Sobre el escritorio un viejo reproductor, sobre la escena completa, y entre cajas, un desolador Luis Bredow interpretando a Krapp.
La obra de Samuel Beckett, dirigida acertadamente por Marcos Malavia, nos lleva a una situación particular, a una individualidad, a un chispazo fulgurante en la línea temporal del infinito universo; un chispazo más entre miles que se sucedieron tal vez metonímicamente, pero chispazo al fin.
“La última cinta de Krapp” centro su atención en las dinámicas internas y supo explotar a la perfección las enormes capacidades del actor. De gesticulación sincrónica al resto del trabajo actoral – por demás completo, complejo e inequívoco – le dio como resultado una presencia enorme orgánica con el espacio y de concentración inquebrantable.
Hubo una verdadera serie de propuestas inteligentes, entre escenografía y recursos sonoros, que marcaron el ritmo – de serena cadencia – llevando al personaje cuesta abajo hasta depositarlo en un patetismo conmovedor.
Interesante cuestión ser partícipes de una regresión, hermosamente construida por el magnífico autor de la obra y adecuadamente llevada por la gente del Teatro del Umbral.
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